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EL HANS ZIMMER MÁS RADICAL

21/07/2017 | Por: Conrado Xalabarder

El estreno hoy en las salas españolas de cine del nuevo filme de Christopher Nolan (de breve duración y muy intenso contenido) va a generar, casi con seguridad, un encendido debate sobre la banda sonora que ha hecho Hans Zimmer, con posiciones radicalizadas entre quienes la celebrarán y la detestarán, aunque creo -y solo es una especulación- que en esta ocasión la balanza se decantará a favor de quienes estén en contra. Porque Dunkirk es de todo menos una película ortodoxa y convencional.

Creo que a nadie se le escapa que en la música de los filmes de Nolan hay poco de gondolerismo o empapelamiento (ver artículo) y que por el contrario todo tiene un propósito y una intención bien determinada, pues la música no es un añadido posterior sino que forma parte sólida del conjunto. Nolan entiende (lamentablemente todavía hay directores que no han aprendido esa lección, y ni tan solo la comprenden) que la música es parte del todo en la película, que con ella también se construye el filme y que las decisiones musicales que se toman determinan cómo va a ser película. Las músicas de sus películas expresan, si se saben interpretar, las visiones del propio director. Creo firmemente que como a otros cineastas, a Nolan se le comprende aún mejor si se estudia la música que, en su faceta de compositor, aplica en sus largometrajes. Hablé sobre este apasionante asunto de directores con capacidad de ser compositores en el editorial El compositor J.A. Bayona o en el capítulo 32 de Lecciones de Música de Cine, y tendrá que ser abordado en más ocasiones.

El director es la pieza clave pero el compositor no ha de ser por ello su secretario, y el binomio Nolan/Zimmer es prueba de ello. En las películas en las que han trabajado juntos (y quiero señalar especialmente The Dark Knight, Inception e Interstellar) la música añade mucho contenido dramático, ambiental y narrativo no existente en el resto del filme, lo que deja claro que el director cuenta con la música no para adornar sino para definir, lo que también sucede en Dunkirk. Sobre mis impresiones acerca de la música ya he publicado mi comentario, al que me remito. Y aunque crea que la propuesta acaba en cierto colapso, no deja por ello de ser una propuesta radical estimable pues no ha dado lugar, en absoluto, a un desastre. Lo que es obvio es que no ha habido pretensión alguna de evocar a clásicos británicos tipo Ralph Vaughan Williams o Ron Goodwin o a tantos otros, ni siquiera parece que director y compositor hayan pensado tanto en el resto del filme (aunque obviamente también) como especialmente en lo que se le iba a ofrecer al espectador. Lo del ofrecer una experiencia que tantas veces menciona Zimmer en la masterclass que estoy comentando detalladamente en MundoBSO.

Por citar un ejemplo reciente muy comparable, recordemos The Revenant (15) con música de Sakamoto y otros. Aquella también fue una propuesta radical, que como en Dunkirk apostó por un contraste visceral entre una fotografía agradable, que entra muy bien por los ojos, y una música que desangra los oídos. Una idea fenomenal en cuanto quiebra la percepción visual y la sonora y que genera mucho malestar en el espectador. Para abordar musicalmente la película, Christopher Nolan tenía naturalmente otras opciones, por ejemplo la de construir un discurso musical con tema principal heroico/elegíaco (los soldados aliados), contratema (los nazis o el horror de la guerra) y temas centrales de personajes y secundarios de las acciones. Con este método tan eficiente y buena música estaríamos seguramente ante una banda sonora que daría gusto a todo el mundo. Pero no sería la película que Nolan ha querido hacer, no ha sido esa su visión. Por el contrario, llevar al extremo la resistencia (del espectador), presionarle, ponerle al límite es una forma de hacerle sentir la película de un modo que no podría conseguirse recurriendo a lo ortodoxo. Y en este sentido, Dunkirk es una experiencia audiovisual ciertamente única.

Es una propuesta muy radical y acepto que pueda ser desconcertante. Pero no hay que olvidar que el cine se ha beneficiado muchas veces de propuestas osadas, que hay que celebrarlas incluso cuando los resultados no acaban de funcionar, como a mi juicio es el caso. Pero es valiente y, por otra parte, coherente con el ideario del compositor (en el capítulo 9 de mis comentarios sobre su masterclass dice: si hay una regla has de pensar cómo romperla, porque es la única manera de avanzar y de sentir que algo nuevo y fresco está sucediendo).

Zimmer es un artista y es cineasta también, pero el cuadro en el que ha trabajado es ante todo el de Nolan, y es él quien ha querido hacerlo así. Es mandatorio entender o intentar al menos entender las razones por las que el director ha optado por renegar de la melodía y de la estructura lógica antes siquiera de entrar en debates apasionados sobre lo que ha hecho el compositor. Las líneas y colores de Zimmer, quizás las más radicales de toda su carrera, tienen una razón de ser en la obra de Nolan, aunque pueda no gustar o no ser comprensible.

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