Que Hans Zimmer ama el cine y conoce bien el medio es algo que queda fuera de toda duda. Que además sabe hacer cine con su música se constata en muchos de sus trabajos. Es un compositor que genera controversia, con admiradores y detractores, y cada obra suya es examinada, comentada, debatida. Creo que fue Pablo Picasso quien dijo que era en los abucheos del público donde hallaba más reconocimiento a su arte, pues desde luego en sus tiempos juveniles en París lo suyo era contracorriente y provocador. Zimmer ya no es contracorriente sino, de hecho, es la corriente, para bien y para mal, y a un creador de su nivel se le debe exigir que cada lienzo del que se ocupa esté a la altura de lo esperado.
No sé muy bien para qué ha querido involucrarse en The Son (23), que hoy se estrena, si no es para poner su firma en un cuadro que creía iba a ser de calidad pero que finalmente, a pesar de su intento, tiene poca. A mi entender ha sido un error de cálculo o de exceso de confianza de que con su música podría arreglar lo que estaba estropeado de fábrica. No le culpo por haberlo intentado: Women Talking (22) -de reciente estreno- tampoco funciona como película pero en cambio la aportación de Hildur Guðnadóttir sí tiene elementos de interés. La compositora no arregla la película pero sí encuentra su lugar en ella y su participación es de las pocas sumas del filme. Después de todo, en los peores largometrajes pueden hallarse bandas sonoras espléndidas e inteligentes, como hemos mostrado esta semana con el vídeo sobre la horrorosa The Swarm (78) cuya maravillosa música -glorioso efecto descarga eléctrica el del motivo musical referenciador del peligro- es de Jerry Goldsmith. Y tantísimos ejemplos más.
Aprecio que Zimmer haya tenido las mejores intenciones en The Son, pero en el cuadro final su música tiene algunos trazos buenos pero le faltan ideas. De todos modos es Zimmer y traerá nuevas obras que serán esperadas con máximo interés.