Viendo Mank (20) he tenido la sensación que todos los que han participado en ella han viajado a los años 30 del Siglo XX... excepto los compositores Trent Reznor y Atticus Ross. Desde el primer momento he percibido una constante impresión de falta de integración de la música en el contexto ambiental, estético, dramático y argumental del filme, como si fuera una aportación hecha desde una perspectiva del Siglo XXI intentando aparentar noventa años de antigüedad. No existen las máquinas del tiempo para regresar al pasado, así que los compositores que hacen películas ubicadas en tiempos pretéritos que necesitan músicas contemporáneas de la época donde transcurre el argumento o bien las crean ex profeso -si tienen referencias- o bien se las inventan si no las tienen por desconocidas (la música del imperio Romano) o por inexistentes (la prehistoria) pero en todo caso el principal objetivo es que, vía realismo o vía engaño, la audiencia crea que está en el lugar y época donde acontece la película. Forma parte de la gran juego de manipulación de la música de cine y también del propio cine en general. Esto es bastante obvio, y también muy interesante porque la anacronía musical es una licencia que el cine permite, siempre y cuando beneficie a la película.
Pero este es un tema del que poder extenderse en un artículo en el Ágora, ya que tiene cosas que vale mucho la pena desarrollar y explicar. Viendo Mank me venían a la cabeza tres películas, muy diferentes entre sí: Dead Men Don’t Wear Plaid (82) The Good German (06) y The Artist (11), tres películas hechas con la pretensión de aparentar haber sido creadas en los años cuarenta (las dos primeras) y en los veinte del Siglo pasado, en el caso del filme francés de Hazanavicius. En los tres casos las músicas de Rózsa, de Thomas Newman y de Ludovic Bourcé se correspondían a las que se incluían en las películas de sus épocas. Es decir, se ponían en la piel de los compositores que hacían aquellas películas y de alguna manera los imitaban: Rózsa, por cierto, autohomenajeándose magistralmente.
No es el caso de Mank, de todos modos, porque el blanco y negro es más una cuestión estética y porque no pretende aparentar que ha sido hecha en los años treinta, aunque se aplican algunos efectos de envejecimiento (algo rudimentarios y del todo innecesarios, a mi juicio) que buscan generar esa apariencia. Pero si hay esa pretensión la música la contrarresta: salvo en las músicas ambientales aquellas que se supone que deben funcionar para lo dramático no pueden ocultar que son muy de ahora pasadas por algunos efectos de envejecimiento algo rudimentarios y del todo innecesarios, a mi juicio. Las decisiones musicales en última instancia son del director o de los productores, en una instancia incluso superior, pero acabé de ver el filme de Fincher con la impresión que Reznor y Ross no se habían metido en la máquina del tiempo para regresar al pasado. Simplemente, han querido aparentarlo.