Esta semana Michael Giacchino ha tenido que salir al paso para desmentir ser el autor de la banda sonora de Captain Marvel (19), que firma la compositora de origen turco Pinar Toprak. ¿Acaso hay quien ha apreciado trazos característicos de Giacchino, o de imitación de Giacchino, o es que simplemente no se ha visto nada en la música que haya hecho constatable la firma de la compositora? Esta misma semana hemos comentado dos obras de Benjamin Wallfisch, Hellboy y Shazam! y, sí, también podría señalarse a Giacchino como el autor en la sombra de ambas. Pero no por Giacchino sino por la falta de identidad en estas y en tantas otras bandas sonoras que se aplican en los blockbuster actuales, con músicas que podrían ser firmadas por tantos compositores. Tal y como sucede con las marcas blancas de los supermercados, donde no importa quién fabrica la miel mientras sea dulce, en el cine hay bandas sonoras que son miel poco refinada pero que el público puede consumir.
La marca Goldsmith, la marca Williams, la marca Horner o la marca Zimmer, por citar tan solo algunas de ellas, son claramente reconocibles, personalizadas y que personalizan aquellas películas que ayudaron a construir. Nada malo hubo en ello y muchísimo bueno se logró gracias a ello. ¿Por qué ahora parece que la firma de un compositor es molesta en un filme? ¡Si hasta la última aportación de Christopher Young en el género del que es uno de los reyes, el terror, es con firma invisible! ¿Acaso hay algo de su caligrafía en la pésima Pet Semantary?
Yo no creo ni voy a afirmar que Toprak, Wallfisch u otros sean compositores sin marca, porque probablemente suceda que no les pagan para que las plasmen en las películas, pero sí creo que hay compositores sin ella, miembros del mismo panal de abejas bien formadas y preparadas para elaborar la misma miel, que seguramente celebran participar en este modus operandi de imitar modelos no solo por el dinero que ganan sino porque seguramente asocian docilidad y eficiencia -valores en alza- a más trabajo, más dinero y quizás poder acceder a alguna película donde poder marcar diferencias con el resto de las abejas.
Y aunque este modo de fabricación de la música ofrezca resultados tan poco defendibles, parece que ciertamente es lo que mejor se vende en el supermercado del cine. Pero con ello se corre el riesgo que la marca blanca acabe por hacer inviable la de aquellos que pretenden hacer algo singular y diferente con la propia.