El James Newton Howard del presente es una sombra difuminada de aquél que tanto brilló en el pasado. Sus últimos trabajos se pueden ubicar entre lo que abarca el horror y la condescendencia: el horror de Pain Hustlers (23) y la condescendencia de All the Light We Cannot See (23) y la nueva entrega de la serie The Hunger Games, creaciones aceptables que saben a bien poco por el valor que aún se le puede dar a la firma de su autor. Sobre ellas publicaré mis consideraciones la próxima semana, pero creo obligado plantear si está perdiendo el brillo en el cine actual, o es la industria la se lo está haciendo perder.
Su álbum Night after Night (23), publicado a los diez años de haber terminado su colaboración tan fructífera con M. Night Shyamalan, rememora tiempos gloriosos pero no rescatándolos para darles un nuevo impulso sino revisándolos desde una mirada presente que duele por su hermosura y absoluta exquisitez. Este álbum bien podría parecer una súplica para volver a hacer películas como las de Shyamalan, o con Shyamalan. Sin embargo, ¿necesita Shyamalan el regreso de James Newton Howard a su cine?.
Tras su separación fue constatable que la ausencia del compositor afectó y se notó mucho en las primeras películas sin él, pero Shyamalan se ha podido y sabido reubicar y en sus últimos dos filmes la sombra de Howard ya ni se percibe: ni en Old (21) ni en Knock at the Cabin (23) se le esperaba. Naturalmente habrá quienes opinen que su ausencia sí se hace evidente, y es absolutamente respetable ese parecer, pero no es el mío, y creo además que actualmente la carrera de Howard necesitaría mucho más a Shyamalan que no al revés. No desde luego por éxitos comerciales, que Shyamalan los tiene a cuentagotas y el compositor más regularmente, sino por éxitos artísticos. Este álbum es también la autoafirmación de un compositor inmenso que proclama que si en el pasado llegó a sus máximos en el presente podría alcanzarlos de nuevo. Si le dejaran salir de sus sombras.