Dicen que nadie muere realmente hasta que desaparece la última persona que le recuerda, y James Horner no solo vive aún porque seamos miles los que le recordamos sino porque el cine y también la televisión lo reviven: en la secuela Avatar: The Way of Water -que se estrena hoy- y en la serie Willow su música está presente incluso en su ausencia. Simon Franglen y James Newton Howard son los compositores que han entrado en unos territorios que no les son propios pero que, seguramente, han hecho propios desde el respeto a Horner. Digo seguramente porque cuando escribo estas líneas no he visto ninguna de las dos producciones y de sus músicas solo tengo vagas referencias. De la nueva película de James Cameron daré cuenta a la mayor brevedad, en cuanto haya podido verla, y sobre la música de la serie televisiva también habrá reseña, naturalmente, cuando pueda ser.
Horner no fue un compositor de los que se dedicaban a poner música en las películas sino un cineasta de primera categoría, un autor capaz de crear apabullantes músicas sinfónicas y delicadas melodías intimistas, talentoso para construir mundos imaginarios desde la orquesta y para trasladar al espectador a épocas históricas del pasado. Fue un grande, no exento en ocasiones de polémicas, encendidos debates y también algunas chanzas (el asunto del parabará, tantas veces comentado). Pero Braveheart (95), Legends of the Fall (94) o Aliens (86), entre otras, merecen figurar en cualquier lista de las mejores bandas sonoras de la Historia del Cine, valores fácilmente demostrables en tanto el compositor hizo exactamente eso: enseñar a hacer cine con la música. Lo evidenciamos en el Capítulo 27 de Lecciones de Música de Cine, que dedicamos a Braveheart.
Fue autor también de creaciones menos brillantes y de menor calado, como es obvio cuando se trabaja en tantas producciones, pero en todas ellas imprimió su firma personal, autorizada y con autoridad, en un entorno -el hollywoodiense- donde el valor de la firma contabiliza cada vez menos. Puede que Horner, compositor tan personal y artesanal, sea olvidado por la industria pues no ha generado escuela: nadie hace la música como él y a nadie se le pide que haga la música como él la hacía. Con la sola excepción, eso sí, de un Franglen a quien hasta Jean-Jacques Annaud le pidió resucitarle, como había hecho Fellini con otros compositores tras la muerte de Rota, y desconozco hasta qué punto Cameron ha querido más a Horner que a Franglen. En todo caso, tiempo atrás me comentó un compositor relevante que en Hollywood hay gente de la industria que no sabe quién es Jerry Goldsmith y me temo que el destino de Horner sea el mismo. Que suceda con los compositores industriales, los que participan gustosa o forzadamente en el The Imitation Game, es normal pues nada de eso se mantendrá con el tiempo, pero la condena al olvido de quienes tanto hicieron por el cine es dolorosa y desde luego injusta. Por eso es tan bonito que el aura, el recuerdo del compositor se presencie en aquellos títulos nuevos conectados con títulos viejos por los que fue tan querido. Es un modo mas de que siga con vida.