Cuando John Williams fallezca seguirá vivo: sabemos que el hombre tiene más pasado que futuro, pero confiamos que su música tenga más futuro que pasado, y si es así no habrá prueba más fehaciente del carácter eterno, intemporal, de su música y del tipo de música que con el que ha engalanado el cine durante décadas. En tiempos como los presentes donde tanta presión hay en la industria para imponer nuevas músicas en el cine, más contemporáneas y modernas, menos elaboradas y -a ojos de los ciegos y sordos- menos anticuadas, es esperanzador que la música sinfónica siga bien viva y, sobre todo, sea necesitada en producciones de máximo presupuesto. Eso significa dos cosas: ni se desconfía de ella ni se le tiene miedo, por una parte, y por otra que el público la acepta, no la rechaza.

Se ha constatado en la maravillosa aportación de Bear McCreary en The Lord of the Rings: The Rings of Power (22) y lo volvemos a comprobar en la serie televisiva Tales of the Jedi (22), una creación elaboradísima, bien poco comercial, que respeta mucho el legado de Williams en la saga galáctica, aunque se aleja de lo fanfárrico y se adentra más en lo ambiental y lo dramático.

No menciono lo hecho por McCreary para vincularlo con Williams, porque evidentemente no tienen relación directa: ni The Rings of Power procede de la música de Williams ni la música de Williams es un kilómetro cero desde el que todo empezó: habría que remontarse, al menos, a Korngold para encontrar el punto de partida de la popularización de la música sinfónica en el cine. Pero sí es evidente que Williams es el referente máximo de todo lo que supone una manera de entender la música de cine que el paso del tiempo demuestra que no pasa el tiempo para ella, y que pese a los malos augurios -que no son exagerados- sigue activa y bien viva.

No se trata de imitar a Williams: Kiner no lo hace y de hecho acierta y mucho al llevar a su propio terreno el legado del compositor en la saga Star Wars, respetando completamente su esencia. Está muy bien evolucionar, ampliar, modificar, probar nuevos caminos, pero es maravilloso constatar que el aura de Williams -y por encima de él la música que tanto le significa- sigue plenamente viva, moderna. Y será eterna, estoy seguro de ello.