A mediados del Sigo XIX, en plena fiebre del oro, dos hermanos tienen las manos manchadas de sangre tanto de criminales como de inocentes. No tienen escrúpulos a la hora de matar, pues es su trabajo. Ambos son contratados para encontrar y matar a un buscador de oro y arranca una caza despiadada...
Este es un western en el que la música no se posiciona como si lo fuera, y de hecho juega en algunos sentidos claramente a la contra: por ejemplo, con el uso destacado del jazz y de música moderna. El compositor, sin eludirlo completamente, trasciende del contexto geográfico e histórico (esto es, evita la música orgánica) y desarrolla su música en otros ámbitos con los que busca aportar una perspectiva más atemporal y universal. No lo consigue del todo, aunque tiene evidentes aciertos.
Cuenta -como es usual en Desplat- con un brillante, sencillo y retentivo tema principal del que saca buen provecho. Es una persistente melodía que aplica a los dos hermanos, dotándolos de un aire aparentemente cómico que oscurece hacia un tono algo perturbador y que acaba enfatizando lo misterioso y enigmático. Se complementa con otras músicas que matizan ese carácter, aportando una perspectiva más humanista y cálida, aunque no sentimental, que es la que define el conjunto del filme en su tono lírico, melancólico y delicado, a ratos muy hermoso e incluso espiritual. La música, de todos modos, no es un elemento especialmente determinante en el resto de la película y queda algo difuminada por una relativa confusión temática que hace que acabe siendo más estética que narrativa.