Este filme se sostiene en buena medida, en lo musical, en canciones preexistentes y ambientales, que le dan un aire a lo Scorsese, también por el dinamismo del relato. Pero el grueso del espacio lo ocupan canciones y, por tanto, no hay posibilidad alguna de aplicar una música que sea narrativa ni que se imbrique en los dos personajes protagonistas, fenomenalmente interpretados por Javier Bardem y Penélope Cruz. Pero afortunadamente la música no cubre huecos, no está para llenar espacios ni tan solo para comentar cosas que ya se evidencien en el resto de la película, sino para, de alguna manera, insertar matices que cambian algunas de las perspectivas con las que se ven los acontecimientos y a los dos protagonistas.

El filme arranca con un potente y contundente tema inicial que presenta el frenesí que ha de venir, la violencia y el caos. Pero funciona no como avanzadilla sino en el modo de telonero de un espectáculo, dramático y extremo, que se va a explicar desde el guion literario y a acompañar con las canciones, sin presencia significativa de la música del compositor. Pero cuando reaparece y allá donde reaparece se hace significativa: por ejemplo para hacer de una matanza una suerte de ritual de la muerte, ordenada y programada, o también para justo lo contrario, para poner caos allá donde se pretende simular control y orden. Pero donde más significativa resulta es en la parte final, allá donde se aborda la parte más emocional (la familia, la pérdida, el miedo, la derrota) donde lejos de eclosionar en la característica y esperable música abierta y resolutoria el compositor, siendo emocional, aplica una música contenida que saca a relucir de manera compasiva pero también algo indiferente la debilidad en la que queda el personaje de Virginia. Lo mejor es que las escasas apariciones de la música del compositor, en su mayor parte, modelan el resto del filme. No es poco.