Segunda parte de La herencia Valdemar (10), en la que prosigue la búsqueda de la mujer de la que no se ha vuelto a saber nada. Los misterios que rodean la mansión afloran definitivamente.
No es posible entender ni explicar la dimensión musical, narrativa y dramática de esta creación sin tener en cuenta lo que el compositor presentó en la primera entrega del filme, porque esta es una creación que supone también un segundo capítulo, en este caso del guión musical.
Si en La herencia Valdemar (10) había un evidente desequilibrio entre las músicas del Mal -lideradas por su contundente y poderosísimo tema principal- y la música del Bien -con su no menos fantástico pero claramente débil tema romántico-, en lo que fue un duelo musical no resuelto, ahora las cosas cambian y lo hacen de modo admirable: Bataller hace que la música inicialmente tan contundente y poderosa vaya perdiendo energía hasta acabar agotada y exhausta, lo que sirve para plasmar en el guión musical la progresiva decadencia y muerte del Mal. Y si en la primera parte la música gótica era infinitamente más fuerte que la romántica, ahora el fantástico tema principal -que dejará de serlo en cuanto pierda la lucha- se inicia manteniendo su devastador poder y, además, con el apoyo de nuevos temas para la misma causa: destruir definitivamente aquello que no pudo matar en la anterior entrega. Pero no puede e, incapaz de abatir a la música romántica el líder empieza a perder energía e inicia su proceso de destrucción. Y si el líder cae, los demás temas de su bando tampoco resisten. Y por ello, al quedar reducido casi a escombros, permite al otro evadirse y expandirse alcanzando su total liberación, en un final lírico que, aunque cansado por la dura batalla, expone el rotundo triunfo del Bien sobre el Mal. Y convierte a esa música en el gran tema principal del filme