La historia de un joven médico militar que participó en la Batalla de Okinawa en la Segunda Guerra Mundial, negándose a llevar armas pero que finalmentey se convirtió en el primer objetor de conciencia en la historia estadounidense en recibir la Medalla de Honor del Congreso.
En este filme tan intenso en todos sus aspectos no hay mucho espacio para el protagonismo de la música, que tampoco es estrictamente necesitada: las escenas de combate son suficientemente impactantes y la determinación del protagonista lo bastante firmes como para no necesitar refuerzo musical, en ambos aspectos. Hay, claro, música y la hay abundante, pero es mayoritariamente funcional y específica para las diferentes situaciones, sin que se delegue en ella responsabilidad narrativa ni emotiva, salvo en la conclusión final elegíaca.
Las dos partes del filme (la previa al conflicto y el escenario de guerra) llevan dos tipos de música obviamente diferenciada: lírica, bucólica y también romántica en la primera parte, con retazos dramáticos; y contundente, intensa y devastadora en la segunda, con violenta música de influencia zimmeriana, que en todo caso, por la poca implicación comentada, no resta al conjunto. Es evidente que bien poco podría hacer la música ante escenas de tanta violencia, salvo para aportar una opinión, visión o mensaje, que no es el caso, y así la que se inserta es para generar más caos y más violencia. Por otra parte, la religiosidad intensa y tan íntima del protagonista no es trasladada a la música y de este modo Mel Gibson muestra su respeto por el personaje que mantiene en todo momento en su estatus de carne y hueso... pero también por el espectador, a quien no se hace trampas. Hay momentos donde la cámara musical se posiciona dentro del protagonista para fortalecerlo, pero son momentos específicos y determinados, puesto que no es hasta el epílogo donde, de modo bello y emotivo, se le rinde tributo.