Videojuego que forma parte de la saga de "Castlevania". La Tierra ha sido devastada la magia y las almas de los muertos no descansan: una horda siembra el caos. El protagonista asume la misión de proteger y defender al inocente frente las amenazas de poderes superiores.
Hay una tendencia bastante habitual en comparar la música que se escribe para el cine con la que se aplica en los videojuegos, cuando son dos medios que, aunque puedan tener algunos vasos comunicantes, son sustancialmente diferentes. En el cine, el espectador es un sujeto pasivo que en todo caso participa en una obra ya hecha e intocable; en el videojuego, el jugador es un sujeto activo que decide el ritmo, la dinámica e incluso el argumento que le propone el juego, y que puede decidir, si quiere, obviar partes del mismo (los videos explicativos, por ejemplo). En cierta manera, el videojuego es una película en la que el jugador también es guionista.
El compositor cimenta tres elementos musicales. El primero de ellos es lo que concierne a lo épico y espectacular, con poderosa música sinfónica y coral que dota al ambiente de un aire místico y legendario. Su música, aquí, no es en absoluto efectista y no se sustancia -como sucede habitualmente- en la mera ejecución de fuegos de artificio. Su música es seria, categórica y con categoría, que no busca tanto la impresión del jugador (aunque también) como un ennoblecimiento del contexto en el que se suceden las aventuras.
El segundo de los elementos -de menor presencia- es el dramático, donde mantiene un tono emotivo limpio, nada edulcorado ni melodramático sino de un refinamiento que lleva también por terrenos místicos. Finalmente, insertado en los dos anteriores como contrapunto, un elemento disonante, quebrado, que no funciona como contratema (puesto que no existe como tema) sino como señal de peligro, como si se tratara de una grieta que amenaza la solidez y fortaleza de la música. Todo ello sin ningún tipo de trampas, y ningún momento de relleno.