Un niño, cuya madre acaba de morir, es enviado por su padre a pasar unos días en compañía de sus primos. Pronto descubre, aterrorizado, que la principal afición de su primo es planear muertes ajenas.
A pesar de tratarse de una película de terror, el compositor prefiere darle un tratamiento musical muy afectivo, con temas de delicada belleza en la que el piano y las Ondas Martenot son dos de los instrumentos más destacados. La intención es buscar tanto el contraste con el argumento como el fomentar la visión del filme desde la perspectiva de los niños protagonistas, no de los adultos. Por eso, a pesar de que uno de los niños está mentalmente enfermo y es el causante de todas las atrocidades, el trato que se le dispensa con la música es piadoso, no condenatorio.